Alucinógenos y mediadores entre mundos. La tableta de Guatacondo
La pandemia de Covid nos ha recluido en cuatro paredes, distanciándonos no solo de nuestros amigos y familiares, sino también de la naturaleza. Quizá hoy, más que nunca, es difícil imaginar un mundo en que los cerros, piedras, ríos y árboles tenían la facultad de interactuar con los humanos, encarnando entidades, ancestros o deidades con una personalidad o un carácter propio.
Muchas culturas a lo largo de la historia han interpretado su entorno en clave sobrenatural y los primeros aldeanos de las quebradas tarapaqueñas, hace alrededor de dos milenios, no debieron ser la excepción. Con el fin de facilitar dicha conexión sobrenatural con antepasados humanos y entes no humanos, el uso de sustancias alucinógenas cumplió un importante rol ritual.
El tubo y la tableta de la imagen corresponden a objetos que se usaban en conjunto para inhalar alucinógenos. En la tableta era depositada la sustancia alucinógena pulverizada y con el tubo se inhalaba por la nariz. Ambos instrumentos fueron encontrados en la década de 1960 en Guatacondo, en el contexto de los trabajos arqueológicos coordinados por Grete Mostny. El tubo está decorado con una serpiente, un motivo que se repite en el arte prehispánico tarapaqueño, y que entre las comunidades aimaras actuales recibe el nombre de Katari. En muchas ocasiones, las tabletas y los tubos eran parte de ofrendas fúnebres.
Complejos inhalatorios similares del periodo Formativo también se han encontrado en el área de Pircas y, en la costa, en los sectores de Bajo Molle y Patillos, además de los cementerios de las faldas del Morro de Arica. Aún así, la presencia de este tipo de objetos en sitios arqueológicos tarapaqueños es escasa si la comparamos con otras áreas del desierto de Atacama.
Es importante destacar que el gran apogeo del uso de alucinógenos a través de tabletas y tubos de inhalación fue durante la época de la sociedad Tiwanaku (500-1000 d.C. aprox.). En los oasis de San Pedro de Atacama, si bien no estaba bajo influencia directa de Tiwanaku, hay una gran presencia de tabletas y tubos de inhalación, las cuales continúan en épocas posteriores con iconografía local. En menor medida, hay incluso presencia de tabletas para alucinógenos hasta Copiapó durante el período Intermedio Tardío (aprox. 1000-1400 d.C.), destacando la gran extensión temporal y espacial de esta práctica ritual ancestral.
¿Qué sustancia se inhalaba utilizando estos objetos? Uno de los alucinógenos más comunes de la época prehispánica fue la semilla de cebil, popularmente conocida como "vilca", portadora de un compuesto con propiedades alucinógenas llamado bufotenina. Semillas de este tipo se han encontrado en sitios arqueológicos de Caserones y Quillagua.
¿Quiénes inhalaban sustancias alucinógenas? El registro arqueológico indica que no todas las personas. Se trata de objetos especiales, utilizados posiblemente por mediadores que, a través de prácticas chamánicas, dialogaban con las entidades naturales y sobrenaturales de formas que solo podemos imaginar. Sabemos a través de mitos andinos coloniales que los diálogos chamánicos no siempre fueron horizontales: la furia de un río poderoso requería ser apaciguada con ritos y ofrendas para reestablecer el equilibrio perdido. Una piedra triste o un cerro benefactor eran tan actores del teatro de la vida como los propios seres humanos. Y estar en constante comunicación con ellos era imprescindible para evitar una catástrofe o averiguar el porqué de una peste o una helada.
Después de la colonización española, los ritos andinos fueron prohibidos y los objetos utilizados en ellos destruidos. Con todo, algunos sobrevivieron. En el área del Alto Loa las tabletas se utilizaron para incinerar semillas y piedras minerales ofrendadas en ritos de fertilidad. Seguían siendo objetos sagrados, aunque de otra manera. En una segunda vida, se convirtieron en reliquias clandestinas, en la herencia de un pasado que se resistía al olvido.
Francisco Garrido Escobar, curador del Área de Antropología, Museo Nacional de Historia Natural.
Soledad González Díaz, Centro de Estudios Históricos, Universidad Bernardo O'Higgins.
Referencias
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