La larga historia de una nueva especie de pulga de mar (segunda parte)
Esa soleada y ventosa mañana de diciembre en el muelle de Carelmapu, nadie hubiese imaginado que en las bandejas de plástico repletas de jaibas, recién extraídas por los pescadores desde algún punto del canal de Chacao, se encontraban también centenares de individuos de un anfípodo desconocido, invisibles a la vista de quienes acudían en busca de mariscos. Al recolectar y conservar algunos ejemplares, tampoco imaginé que después de 16 años, finalmente podríamos publicar el estudio que permitiría que estos crustáceos recibieran su correspondiente nombre científico y pasaran a "existir" para la ciencia y para la humanidad. ¿Cuantas especies más estarán esperando a ser descubiertas, todavía invisibles a nuestros ojos? ¿Qué amenazas estarán enfrentando sus poblaciones, sometidas a la indiferencia que les impone el anonimato?
A pesar de que no teníamos un nombre por el cual llamarlos, los ocasionales intentos por descubrir algo más de nuestros ischyroceridos, se fueron sucediendo a lo largo de los años. Era una actividad interesante de vez en cuando tomar el frasco de estos pequeños ejemplares, apenas visibles a simple vista y depositar su contendido sobre una placa Petri, para observarlos detalladamente bajo una lupa binocular (figura 1), en busca de una imagen mental cada vez más certera de ellos. Este proceso, luego nos guiaría en la búsqueda de la información aportada por decenas de investigadores de todo el mundo, que desde mucho antes que nosotros habían estudiado a los parientes más cercanos de nuestro anfípodo anónimo y publicado sus descubrimientos en una serie de revistas científicas. Afortunadamente, en nuestros tiempos ya no es necesario un largo recorrido visitando las bibliotecas especializadas de museos y universidades, en busca de estos antiguos volúmenes, ni esperar por meses la separata enviada por el propio autor, desde el otro lado del mundo. Ahora tenemos nuestras propias bibliotecas especializadas en un pequeño disco duro con cientos de archivos en pdf, que podemos reunir fácilmente gracias a internet. Si falta alguna publicación, basta con una búsqueda sencilla en Google Scholar, acceder a nuestra base de datos bibliográfica predilecta o mandar un email al autor, para recibir el texto completo en cosa de horas.
Fueron las sesiones de observación las que nos permitieron ir avanzando y determinar que dentro de la familia Ischyroceridae y de la subfamilia Ischyrocerinae, nuestros ejemplares coincidían con las características de un grupo particular, que había sido reconocido tiempo atrás como la tribu Ischyrocerini, para un conjunto de 17 géneros en total (1). Poco a poco, las posibilidades se iban estrechando y nosotros nos acercábamos cada vez más al objetivo de clasificar nuestros ejemplares.
De esta forma, ya habíamos reconocido varias de las características especiales en los ejemplares, que aunque nos daban ciertas pistas, a veces no hacían otra cosa que confundir aún más una determinación certera. Desde el primer momento el anfípodo comensal llamó nuestra atención por su cuerpo manchado de oscuro, un color que se mantuvo durante mucho tiempo en la mayor parte de los ejemplares conservados (véase foto del encabezado). Luego descubriríamos que por alguna razón desconocida para nosotros, estas llamativas coloraciones son comunes entre los ischyrocerinos, e incluso en otras familias similares, pero parecen ser raras en la mayoría de los anfípodos. Es muy frecuente entre estos crustáceos, que apenas se sumergen en el alcohol conservador, los patrones de coloración se diluyen completamente, dejando cuerpos pálidos e insípidos. Por eso, los anfipodólogos rara vez utilizan el color para reconocer las especies que describen; prefieren confiar en la morfología pura, en la distribución de las setas, las formas, las presencias y las ausencias de estructuras, que no corren el riesgo de desaparecer con los años de conservación en los ejemplares de las colecciones.
Cuando los ejemplares contenidos en el frasco se dispersaban sobre la placa petri, era sencillo diferenciar los individuos machos, de las hembras y de los inmaduros. Al primer vistazo, se les podía reconocer por el segundo par de patitas torácicas, llamadas gnatópodo 2, que no solo tenían la típica estructura prensil formada por los últimos dos segmentos, que los anfípodos en general utilizan para manipulan su alimento, sujetar a su pareja o a un contrincante, sino que en machos esta patita especial aparecía hipertrofiada, como una enorme mano, provista de un pulgar oponible (figura 2, numero 1). Esta característica está presente en muchos otros Ischyrocerini, pero al comparar nuestros ejemplares con todos ellos, pudimos comprobar que no servía como evidencia de una relación evolutiva, pues habían sido desarrolladas independientemente por géneros no relacionados entre sí; constituían un carácter interesante y llamativo, pero no permitían identificar al grupo al que pertenecían los animales.
Otra característica interesante de nuestros anfípodos anónimos, era que a partir de la tercera patita torácica, en lugar de apéndices sencillos terminados en una uña adaptada para caminar y sujetarse al sustrato, había estructuras prensiles similares a los gnatópodos, en el que la uña del extremo se volvía hacia atrás, como una navaja que, para hacer aún más eficiente el agarre, se cierra sobre una fila de setas robustas y cortas en el segmento anterior (figura 2, número 2, recuadro). Evidentemente esto constituía una interesante adaptación para que nuestro anfípodo comensal pudiese sujetarse a los pelos de la jaiba sobre la que vivía, y fue lo que permitió que permanecieran ahí aferrados, aún después de que la jaiba que examinamos en Carelmapu fuese atrapada por el buzo, subida a bordo y llevada al muelle.
Fue esta forma especial de las patitas tercera a séptima, o pereópodos 3 a 7, lo que nos dio una pista trascendental. Al buscar otros Ischyrocerini con esta adaptación, pudimos comprobar que solo dos géneros distintos mostraban algo similar, Jassa de amplia distribución mundial e Isaeopsis, endémico de Sudáfrica (figura 3). En forma paralela, ya habíamos iniciado un análisis detallado de la literatura, para comparar los 17 géneros de Ischyrocerini (2), considerando todos los caracteres que los definen, pues sabíamos que no podíamos confiar solo en los pereópodos prensiles para descubrir las afinidades de los anfípodos anónimos. Las relaciones evolutivas (o filogenia), que se utilizan para clasificar taxonómicamente a los organismos son difíciles de trazar a través de la simple interpretación de la morfología, y no es raro que nos encontremos con algunas trampas o pistas falsas, que solo un taxónomo experimentado y conocedor de la biología de los organismos que estudia, puede detectar.
Con toda esta información, logramos determinar que solo dos de 36 especies del género Jassa tenían pereópodos prensiles (figura 3A), y que en ellas esta condición solo se daba en los pereópodos 5 a 7 (figura 3A, numero 1), pues los pereópodo 3 y 4 eran normales (figura 3A, numero 2), terminados en una típica uña sencilla (3). Además, Jassa es un género muy característico por sus hábitos tubícolas y coloniales, que le ha permitido a algunas especies alcanzar amplias distribuciones, dispersándose a través del fouling, es decir en las comunidades de invertebrados que viven asociadas a objetos flotantes, como los cascos de barcos o sobre boyas (4). Este estilo de vida se ve claramente reflejado en la morfología de Jassa: los pereópodo 3 y 4, que en estos anfípodos llevan glándulas productoras de "seda" para la construcción de sus habitáculos tubulares, son anormalmente cortos (figura 3A, numero 2), para facilitar la vida tubícola, y sus antenas llevan largas setas dispuestas en filas apretadas, que funcionan como verdaderas canastas filtradoras (figura 3A, numero 3) con las que pueden atrapar las partículas alimenticias suspendidas, que las corrientes arrastran cerca de los tubos donde se refugian.
Mucho más interesante y provechoso resultó el análisis de Isaeopsis. Además de los pereópodos prensiles, varias otras características morfológicas de este género se correlacionaban con lo que observábamos en nuestros ejemplares, sugiriendo la posibilidad de una relación más estrecha. Isaeopsis era un género monotípico, descrito en 1916 por Keppel H. Barnard, un carcinólogo inglés establecido en Sudáfrica, quien junto con describir la única especie conocida, Isaeopsis tenax (en la figura 3B los dibujos originales de K.H. Barnard), aportó otro dato interesante: sus ejemplares habían sido capturados entre los huevos sujetos a los pleópodos de una langosta de mar (Jasus lalandi), es decir, tal como en nuestros anfípodos anónimos, Isaeopsis tenax también era comensal de grandes crustáceos decápodos.
Ya teníamos una pista concreta con la que continuar trabajando. Ahora, era el momento de hilar más fino (Continuará).
Referencias
(1) Myers A.A. & Lowry J.K. (2003). A phylogeny and a new classification of the Corophiidea Leach, 1814 (Amphipoda). Journal of Crustacean Biology, 23: 443-485.
(2) Horton, T. et al., 2019. World Amphipoda Database. Ischyrocerini Stebbing, 1899. Accessed at: http://www.marinespecies.org/amphipoda./aphia.php?p=taxdetails&id=491676 on 2020-10-07
(3) Conlan, K. E. 1990. Revision of the crustacean amphipod genus Jassa Leach (Corophioidea: Ischyroceridae). Canadian Journal of Zoology, 68(10): 2031-2075.
(4) Beermann J., A.K. Hall-Mullen, C. Havermans, J.W. Coolen, R.P. Crooijmans, B. Dibbits, C. Held & A. Desiderato, 2020. Ancient globetrotters-connectivity and putative native ranges of two cosmopolitan biofouling amphipods. PeerJ 8:e9613 https://doi.org/10.7717/peerj.9613