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Capacocha: ritual que dio origen al niño del cerro El Plomo
La Capacocha, una de las ceremonias más importantes llevadas a cabo en el Tawantinsuyu o Imperio Inca, se realizaba generalmente durante el mes de las cosechas y consistía en hacer ofrendas de gratitud al sol. No obstante, este ritual también se efectuaba en ocasiones especiales como la muerte o enfermedad del Inca, o alguna catástrofe natural.
Las estructuras o pircas de piedras enclavadas en la cumbre del cerro El Plomo, corresponden a uno de los centenares de adoratorios de altura que los incas emplazaron a lo largo de los Andes, para realizar algunas de sus ceremonias sagradas y como una forma de asentar su poder político en los territorios anexados.
En éstos se practicaban ceremonias de dos tipos, las que involucraban sólo ofrecimientos de objetos, y otras en que el ceremonial contemplaba una ofrenda humana, la que era sepultada con un rico ajuar como parte de la Capacocha.
La Capacocha era convocada por el Inca para todo el territorio imperio. Desde las cuatro provincias del Tawantinsuyu se enviaban hacia Cuzco, la capital, niños, niñas y adolescentes elegidos para ser ofrendados. Éstos podían pertenecer tanto a la nobleza como a gente común.
Eran recibidos por el soberano en la plaza principal y llevados a un espacio de veneración o huaca, donde debían rendir honores a las imágenes sagradas de Wiracocha, el Sol, la Luna y el Trueno. Debían ser sanos, hermosos y sin defectos físicos, porque se consideraba que entregaban su energía y vitalidad al Inca.
Eran considerados seres sagrados y eran cuidados de forma especial. Separados del resto, solo se les permitía ser visitados por el Inca y algunos servidores de éste.
De los niños y niñas seleccionados, algunos se quedaban para ser ofrendados en los centros de veneración del Cuzco. Los demás eran enviados a las cuatro provincias de Imperio en caravanas que comprendían nobles, sacerdotes, familiares de los elegidos, guerreros y servidores.
Las comitivas se dirigían en línea recta, sin importar el terreno, hasta el lugar designado por el Inca para la celebración de la Capacocha. Esta peregrinación, dependiendo de la distancia, podía durar varias semanas o meses. Durante el trayecto el cortejo era saludado por los habitantes de los pueblos quienes los agasajaban con alimentos, bebidas y regalos.
Llegados a los pies del cerro elegido, la comitiva ascendía hasta el lugar en el cual se desarrollaría la ceremonia al son de cantos en honor al Inca. Los sitios elegidos o adoratorios eran previamente preparados, abasteciéndolos de leña para las hogueras, construyendo las pircas y la fosa en la que se depositaría el cuerpo y los demás objetos ofrendados.
Sólo en los adoratorios más importantes del Tawantinsuyu se realizaba este tipo de ceremonias con una ofrenda humana. Esto confirma la relevancia antropológica e histórica del adoratorio ubicado en el cerro El Plomo.
El niño o la niña, vestidos y alhajados especialmente para ese momento, eran adormecidos mediante la ingesta de chicha de maíz y luego depositados en la fosa junto a los demás objetos ceremoniales. Las fosas eran cerradas herméticamente, siguiendo las técnicas que los incas utilizaban para la conservación de sus alimentos.
Esto explica el buen estado de conservación en que han sido encontrados. Según la creencia, los ofrendados no morían, sino que se reunían con sus antepasados para velar, desde las altas cumbres, por las aldeas y provincias del Imperio.
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