A 48 años de la Mesa de Santiago
No es un misterio que Grete Mostny Glaser, directora del Museo Nacional de Historia Natural entre 1964 y 1982, ha sido una pionera en más de un ámbito. El primero de ellos es la arqueología, luego la egiptología, ambas materias en la que abrió caminos para el estudio y desarrollo de estas disciplinas. Pero también hay otra faceta, tanto o más innovadora, en la que comenzó a cambiar la forma en que se entendían instituciones presentes en el país durante décadas, los museos.
En este último sentido Grete fue protagonista de un hito muy importante en el devenir de los museos locales, la participación en la Mesa Redonda de Santiago, convocada por la UNESCO (específicamente en la 16ª Asamblea, ocasión en la que se aprobó una resolución para promover los museos) y el Gobierno de Chile, y que se llevó a cabo entre los días 20 y 31 de mayo de 1972 en Santiago. El tema de discusión fue el rol de los museos el mundo moderno, junto con el desarrollo de estas instituciones.
Muchos especialistas de diversos ámbitos intervinieron en la mesa, especialistas no solamente ligados a la museología, sino a otros campos del saber. Entre las conclusiones a las que se arribó destaca una que generó reflexión profunda: los museos debían poner sus medios y recursos al servicio de la realidad de la vida regional, abordar sus problemáticas y asimismo, hacerse parte de su solución. Algo inédito hasta entonces, pues nunca antes se había considerado a los museos como un actor capaz de incidir en cuestiones sociales o de otra índole más allá de lo netamente museal.
En ese mismo tenor, la definición de lo que es un museo también estuvo cruzada por este carácter integrador, que puso de relieve el rol de estas instituciones como entidades que sirven a la comunidad, y que están unidas a su presente y su porvenir, más que al pasado o a temas académicos. El trabajo que se realizó durante estos días de encuentro no sólo permitió que los participantes tomaran contacto directo con la vida nacional de ese momento, pues visitaron el campamento de Sewell, un establecimiento educacional en Linares y la mina de El Salvador, entre otros lugares. Además, contempló la creación de la Asociación Latinoamericana de Museos, ALAM. Los problemas discutidos y la reflexión generada no quedarían en el aire, puesto que contribuirían enormemente a la aparición y desarrollo de los ecomuseos y los museos comunitarios.
Museos al servicio de la sociedad
Las conclusiones a las que llegó la Mesa de Santiago revelan una profunda preocupación del mundo de los museos ante el escenario mundial de ese entonces, en específico en lo que se refería a este rincón del mundo, Latinoamérica. Disparidades entre un gran desarrollo tecnológico y un lento desarrollo cultural, situaciones de injusticia y la brecha entre los países desarrollados y los que aún estaban en vías de serlo, constituían en ese entonces las preocupaciones que debía impulsar el trabajo de los museos. Estos temas siguen siendo relevantes en el mundo de hoy.
«La problemática que plantea el progreso de las sociedades en el mundo contemporáneo requiere de una visión integral y un tratamiento integrado de sus múltiples aspectos -la solución de sus problemas no pertenecen al dominio de una ciencia o una disciplina», se lee en las conclusiones de la Mesa, la que deja en claro lo que debe ser un museo «El Museo es una institución al servicio de la sociedad, de la cual es parte inalienable y tiene en su esencia los mismos elementos que le permiten participar en la formación de la conciencia de las comunidades a las cuales sirven.», es parte de la definición, que considera al museo como una entidad que une pasado y presente, junto con incidir en los cambios sociales, como un agente activo. Esto último, sin hacer tabla rasa ni desdeñar el carácter de los museos hasta entonces existentes, o bien aquellos especializados.
Los días de debate desembocaron en resoluciones importantes para el museo del futuro. Algunas de ellas: el museo debe abrirse hacia otras ramas que no son específicas de su quehacer, maximizar su preocupación por el patrimonio cultural, mantenerse al día en innovaciones museológicas, sin dejar de revisar permanentemente el estado de su relación con la comunidad, como puede ser la creación de museos de sitio en medios rurales, mientras que en la ciudad, los museos deben, al menos, demostrar de manera clara la problemática de la vida urbana, para servir como una base para la reflexión y la crítica.
La discusión desplegada en la Mesa de Santiago fue ambiciosa, puesto que sus propósitos fueron de una renovación profunda del panorama museal, y su incidencia en lo rural, lo urbano, la comunidad, la ciencia, la tecnología y la educación. El museo no solamente debe mirar a todo este abanico de temas, sino que tomar cartas en el asunto, hincar el diente y desplegarse al tope de sus posibilidades para solucionar los problemas, para lo cual -no menos importante- se requiere del entendimiento de la comunidad de todos los factores que envuelven la situación de la sociedad en la que está inserto. Para crear esa conciencia el museo se torna en un factor potente, jugando un papel clave en la educación de la comunidad.
Todo lo que se concluyó en ese lejano mayo de 1972 sentó el camino para el posterior desarrollo de los museos tanto a nivel latinoamericano como global. Grete Mostny y quienes vertieron sus conocimientos, ideas e ideales durante esos diez días, trazaron un camino para quienes después siguieron sus pasos como trabajadores y trabajadoras de museos, un legado que tras 48 años no ha perdido un ápice de vigencia y urgencia, aún cuando casi inmediatamente después de la histórica instancia, nuestro país cayó el "apagón cultural" que vino con el golpe de estado de 1973 y la posterior dictadura cívico-militar.
Con todo, el espíritu de la mesa pervive. Un ejemplo de ello es Miguel Ángel Azócar, administrador de colecciones del Área de Antropología del MNHN y discípulo de Grete Mostny, quien en noviembre de 2007 fue parte del IX Seminario sobre Patrimonio Cultural, titulado «Museos en Obra». Ahí Miguel Ángel reflexionó sobre la Mesa de Santiago, que en ese entonces cumplía 35 años de haberse realizado. Para este profesional, «uno de los desafíos para los museólogos chilenos es redescubrir, conocer y estudiar más de la Mesa Redonda de Santiago pues creo que pese a los años transcurridos, en líneas generales y guardando la distancia temporal e histórica que nos separa, sus resoluciones no han perdido vigencia del todo».
«¿Podemos decir que no es vigente que un museo regional se preocupe sobre la destrucción del medio ambiente e invite a los actores locales a discutir y evaluar el tema en el marco de una investigación seria que podría culminar con una exposición que ilumine a la comunidad sobre el tema, exposición que bien pudiera ser preparada en conjunto con la comunidad? ¿Es que los museos y sus profesionales no tienen nada que aportar o aprender en los debates de las comunidades de nuestro país?», se preguntó Miguel Ángel a la hora de repasar el legado de la Mesa, y contrastarlo con aquél momento en 2007, interrogantes que no pierden fuerza en 2020.