Buenos días doctora Grete Mostny, ¿me concedería una entrevista?
Era una templada tarde a fines de abril del año 1945 en Buenos Aires. La periodista María de Alvarado, reportera de la revista Maribel, había oído de una visita ilustre en la ciudad. Era una mujer que practicaba una disciplina poco común, asociada a un romanticismo aventurero y descubrimientos asombrosos. Ella era arqueóloga, era alguien que ella debía conocer y entrevistar.
Para ese entonces, Grete Mostny llevaba pocos años en Chile. Escapando de los embates del nazismo y antisemitismo en Europa, llegó como refugiada a nuestro país en 1939, con su madre y su hermano, contando apenas con 25 años. A pesar de su corta edad, ella ya era una persona con un excepcional currículum: contaba con un doctorado obtenido en Bruselas, además de una amplia experiencia de investigación arqueológica en Egipto y trabajo museológico en Italia.
Al llegar a Chile, Grete Mostny no dejó de lado sus sueños y buscó seguir trabajando en arqueología. Dado que para aquella época el Museo Nacional de Historia Natural era la única institución científica en donde podía desarrollar su potencial como arqueóloga. En el MNHN se acercó a su director, Ricardo Latcham, en busca de oportunidades. Dado que Latcham también era arqueólogo, el inglés comprendió la relevancia de contar con alguien de las credenciales de Grete Mostny en la institución. De esta manera, Grete comenzó a trabajar en la sección de Antropología, de la cual pronto sería su jefa.
En sus primeros años en Chile, Mostny participó en diversas expediciones arqueológicas entre las que destacan la de Punta Pichalo en Tarapacá, a cargo del arqueólogo norteamericano Junius Bird; las excavaciones del Olivar en La Serena junto a Francisco Cornely, además de otras expediciones en Arica, lideradas por ella. Crecía en ella un mayor interés por la arqueología chilena, lo cual marcaría el resto de su vida. De hecho, al terminar la Segunda Guerra Mundia Grete decide quedarse en Chile y en el museo, aún cuando la Universidad de Viena la convocó a trabajar allí.
Fama internacional
En 1945 Grete Mostny fue enviada en comisión de servicio a Buenos Aires, Argentina, con el fin de visitar los centros de investigación arqueológica de ese país. Su presencia y fama inicial ya habían trascendido en diversos círculos sociales de la capital porteña, lo cual lleva a que una periodista quisiera obtener de ella una entrevista en exclusiva. Gracias a esta conversación hoy es posible adentrarnos en la etapa inicial de Grete, en donde ella nos cuenta algunas anécdotas acontecidas en su experiencia arqueológica, junto con las raíces de su pasión por tal disciplina.
Los dejamos ahora con la transcripción literal de la entrevista a Grete Mostny, en donde más allá del estilo y los prejuicios en la forma de escribir y representar el mundo en dicha época, podemos apreciar su lado humano y el comienzo de una gran y notable carrera en arqueología:
LA MUJER QUE VIVE EN EL PASADO. Un vivo interés por el ayer anima a la doctora arqueóloga Grete Mostny.
Revista Maribel. Año XIV n° 654. 1° de mayo de 1945.
¿Conoce usted a la doctora Mostny?
- No.
- Pues, es una lástima; es una mujer verdaderamente inteligente. Es arqueóloga.
Cuando mi interlocutor pronuncia las dos últimas palabras, surge en mi imaginación una imagen. La imagen de una mujer alta y seca. De una mujer poco femenina, descolorida e imprecisa.
Sin embargo, decido conocer a la arqueóloga.
- ¿Puedo hablar con la doctora Grete Mostny?
Breve cabildeo telefónico antecede a la respuesta:
- En su habitación la aguarda.
Después de un ascensor y seguir un largo pasillo, desemboco en una pieza gratamente femenina. Una mujer agraciada escribe en un escritorio pequeño. Se levanta y me mira interrogante. Formulo una pregunta poco comprometedora:
- ¿La doctora Mostny?
- Yo soy.
Ante mí se yergue una mujer alta y rubia. Sus ojos castaños irradian cordialidad. Me presento sonriendo y me disculpo el paréntesis silencioso diciendo la verdad.
- Me ha sorprendido usted. Cuando me hablaron de la arqueóloga Mostny, la imaginé tan diferente… No sé por qué.
La doctora ríe juvenilmente.
- No es extraño. Yo misma, cuando me hablan de arqueólogos, los pienso viejos y gruñones… - dice.
Nos sentamos. Bajo la influencia amiga del humo del cigarrillo, van desfilando los episodios de la interesante vida de una mujer.
- Me doctoré en la Universidad de Viena y más tarde en la de Bruselas.
- ¿Cuándo sintió usted nacer su vocación?
- Siempre. Recuerdo que era una niña aún, cuando ya deseaba curiosear en el pasado. En la escuela, cierto día nos hablaron e Tebas, la antigua ciudad que floreció centenares de años antes de Cristo. Al escuchar que en esa ciudad ya existía la iluminación de las calles, sentí una profunda admiración. En ese momento creo que me prometí formalmente estudiar el pasado para establecer comparaciones con el presente. Después cumplí mi promesa.
- ¿En que se especializó usted?
- En egiptología. Sin embargo, es curioso: mi idea fue siempre estudiar las culturas americanas. Pero yo era tan joven…, que el cariño de mi madre no me permitió venir tan lejos.
- Sin embargo, ya ve: la vida la ha complacido. Ahora vive en Chile y se dedica al estudio de los pueblos americanos…
- Sí, en una forma extraña me ha complacido la vida…
La sonrisa fresca de la arqueóloga se suaviza melancólicamente. Por su imaginación quizá pasa Viena…, su país en guerra…, ¡tantas cosas!
- Ya hace seis años que estoy en Chile.
- ¿Ocupa usted algún cargo?
- Soy jefe de la Sección de Arqueología del Museo Nacional de Historia Natural de Santiago.
- ¿Ha venido a la Argentina en misión de estudio?
- Sí, comisionada por el museo para conocer los diferentes institutos arqueológicos argentinos. También - sonríe simpáticamente - en visita de cortesía y de confraternidad científica interamericana.
- ¿Qué opina de los estudios arqueológicos argentinos?
- Puedo decirle, con toda seguridad, que están muy adelantados y muy bien orientados. Tienen ustedes aquí muy buenos arqueólogos y muy estudiosos.
- La arqueología es interesante, ¿verdad?
- Mucho.
- Entonces, ¿por qué hay tan pocas mujeres que se dediquen a la arqueología?
- En verdad, a mí también esa circunstancia me ha sorprendido siempre. Créame que la arqueología es una ciencia muy interesante para el espíritu femenino. Mi tesis en Viena versó sobre el vestido del antiguo Egipto. ¡Ya vé si es femenino el tema!
- Hablando de Egipto, doctora, sé que usted formó parte de la misión arqueológica italiana que estuvo en Madinet-Mad.
- En efecto. En ese tiempo pertenecía yo al Museo del Castello Sforzesco de Milán. Fui comisionada para hacer, en dicha expedición, las traducciones jeroglíficas, materia de mi especialidad.
- ¿Podría usted narrarme algún recuerdo interesante de dicha expedición?
- Fue una expedición muy buena, efectuada cerca del lago Moeris. Hubo que excavar mucho- Pero, sepultada debajo de la arena, más o menos a siete metros de profundidad, se encontró una ciudad. ¡Algo muy interesante!
- ¿Personalmente no recuerda ningún episodio?
- Sí, verá usted. Estaba en el templo descifrando jeroglíficos…
Y la doctora Grete Mostny me cuenta como descifraba los dibujos. Sentada en una piedra leía, poco a poco, la escritura de algo que comprendía eran fórmulas mágicas. En esos momentos recordó la extraña versión supersticiosa que decía que los encantamientos o fórmulas mágicas, si se recitaban de buena fe y correctamente, se convertían en realidad. Alguien le había dicho: "Las fórmulas mágicas, dichas correctamente y con interés cobran vida". Al poco rato, llevada por el entusiasmo de lo que descifraba, olvidó todo lo que no fuera jeroglífico. En la piedra leía los arcaicos encantamientos de la Diosa Serpiente: "!Oh, Renenutet, oh madre Serpiente, oh espíritu puro, baja de los cielos y vive entre nosotros!" En ese momento, un ruido seco la sobresaltó. Miró. Frente a ella, una serpiente erguía su cabecita maligna…
- No imagina usted el susto que me llevé. Seguramente, cayó desde lo alto, a través de los agujeros del techo. Pero yo me asusté enormemente. Creo que el pobre bicho también se asustó. Allí fuimos a dar, una por un lado y otra por el otro.
- Con toda seguridad, no divulgó el episodio. Dada la superstición de los nativos, hubiera sido contraproducente, ¿verdad?
- Exactamente. Nadie hubiera podido trabajar. Lo que era una casualidad, para los obreros hubiera sido un aviso de los dioses. También sobre las momias se encuentra una maldición: "Que se seque la mano que me toque" Pero hasta ahora…
Y la doctora Mostny mueve con gracia su mano blanca, de largas uñas laqueadas, firme y deliciosamente fuerte.
- Subsisten aún algunas costumbres antiguas en el Egipto?
- Sí. Por ejemplo: hay un jeroglífico que representa tres cueros de zorros, atados con las colas para arriba. Esos jeroglíficos significan: niño, vida que nace, principio. Pues bien, algunos campesinos, cuando nace un niño, colocan sobre su cuna tres cueros de zorros atados por las colas. Es una costumbre que aún se estila y que se hace, según creo, para proteger al niño de maleficios.
- ¿En América ha participado en algunas expediciones científicas?
- Sí. Formé parte de las expediciones que se hicieron a Punta Pichalo, a Taltal, a La Serena, a Coquimbo, a Cartagena y también a Arica.
- ¿Recuerda especialmente algún episodio?
- Le contaré algo que me sucedió en Arica. Después de las excursiones parábamos en un hermoso hotel. En él ocupaba yo un departamento compuesto de saloncito, dormitorio y baño. Pues bien, en él tuve que ubicar las momias que encontrábamos.
La doctora Mostny me cuenta con todo gracejo cómo hubo de compartir sus comodidades con las viejas y feas momias de Arica. Por supuesto, en dicho departamento ya no entró más la mucama, que no simpatizó en modo alguno con los nuevos ocupantes. Sin embargo, éstos siguieron usufructuando el lugar y se diseminaron por el saloncito, por el dormitorio y hasta por el baño.
- Junto a mí en la cama gemela, descansaba una momia - Dice la arqueóloga -. En las sillas otras. Ni el armario el baño, ni el ropero del dormitorio se vieron a salvo. ¡Eran alrededor de veinte momias! Una noche sentí un ruido extraño. Mejor dicho, me despertó una sensación de peligro. Miré el reloj. ¡Las doce en punto! La hora de los aparecidos… La puerta del ropero empezó a abrirse con ruido desagradable… De pronto, ¡todas las momias empezaron a moverse! Salté de la cama… y entonces - ríe la doctora -, entonces me di cuenta que yo también me movía. ¡Era un pequeño temblor de tierra!
Complacida escucho la palabra de esta mujer inteligente que habla inglés, alemán, castellano, francés, italiano, árabe, núbico y suahali; que también conoce el latín, el griego, el egipcio, el copto y el sumérico. Sin embargo, toda esta ciencia no ha borrado de sus labios la risa juvenil y espontánea. Y tampoco ha menguado en forma alguna el encanto de su espíritu fresco, de sus ideas modernas, de sus gestos femeninamente graciosos y de su personalidad simpatiquísima y franca. Pienso sinceramente que esta joven arqueóloga rubia conoce, además de la vieja ciencia, otra que es eterna: el saber ser mujer.