Cabezas jíbaras: Fascinación científica y fetichismo museográfico
Por mucho tiempo, no hubo en el mundo museo de cierta importancia que se jactara de tal sin poseer al menos una "cabeza jíbara". Estas cabezas reducidas hasta casi un quinto del tamaño original, han sido consideradas como "trofeos" nativos y atribuidas principalmente a guerreros derrotados de los cuales se buscaba capturar su esencia y valor. Más allá de su rol dentro de la investigación científica de las costumbres de otros pueblos, se convirtieron en un verdadero fetiche en los museos para la representación de las costumbres "bárbaras" asignadas a grupos indígenas del Amazonas, particularmente de la etnia Shuar, los famosos "jíbaros". Su atractivo para el público era incuestionable, en donde cumplían un rol simbólico al demostrar lo supuestamente diferente que eran las sociedades occidentales de aquellos "otros" nativos para quienes no era tabú el desafiar las concepciones de la vida y la muerte, incorporando estas cabezas humanas como trofeos y amuletos en el mundo de los vivos.
Nuestro director Rudolph Philippi, no estuvo exento de la fascinación por las cabezas reducidas y es así como en 1872 publicó un artículo titulado "Una cabeza humana adorada como Dios entre los jívaros". Este se basa en la descripción de una de aquellas cabezas que había sido adquirida por el museo en 1868, en donde el mismo Philippi había gestionado su compra. En palabras de Philippi:
"Hace años que pude comprar una cabeza jíbara preparada como se ha dicho, es decir, reducida a la mitad de su tamaño natural i compuesta solo de cutis i cabello; pero no es la cabeza de un guerrero, es la cabeza de una mujer i sus facciones están muy bien conservadas… La cabeza ha sido separada del cuello inmediatamente debajo de la barba… Los ojos cerrados i hundidos, i apenas se conoce la hendija entre los párpados; no se ven las pestañas i parece que el borde de los párpados se ha enrollado para adentro. Las cejas son cortas i distantes entre sí. Las orejas son mui bonitas i la extremidad de ellas está horadada; en una de ellas queda el palito que ha servido para mantener el agujero abierto mientras la cabeza se desecaba. La nariz i la boca son prominentes a guisa de hocico; esto proviene de que la nariz ha conservado los cartílagos, mientras la parte que cubría los huesos naturalmente ha podido encogerse mucho más, una vez removidos los huesos…" (Philippi 1972:95-96).
Tal fue el atractivo de dicha cabeza que poco tiempo después fue robada desde la exhibición por algún visitante también fascinado por su poder simbólico… y monetario.
Posteriormente, Grete Mostny, arqueóloga jefa del área de antropología, publica un artículo en el año 1960, como producto de la donación de una nueva cabeza reducida o "Tsantsa" por parte de Roberto Kellerman. En dicho artículo destaca su rol como trofeos de guerra que permitían a su dueño atraer "suerte y riquezas", además de ser una muestra de su "valor y hombría". Para esa época Mostny destaca que: "las cabecitas reducidas se han transformado en objetos de comercio bien pagados. Debido a la gran demanda por un lado, y a la estricta prohibición de producirlas por parte de los respectivos gobiernos, los jíbaros se han dedicado a la falsificación de tsantsas, fabricándolas ahora de cabezas de mono o de cualquier cuero de animal hábilmente afeitado y preparado" (Mostny 1960:4).
Grete Mostny estaba en lo cierto al enfatizar la alta cantidad de falsificaciones de dichas cabezas, cuya demanda y valor había crecido exponencialmente por su fama en la cultura popular. En efecto, la cabeza donada por don Roberto Kellerman fue exhibida en la vitrina del artefacto del mes, destacándola como un objeto relevante de ser admirado, sobre todo considerando la escasez de ejemplares auténticos para la época.
El fetichismo museográfico de dichas cabezas surgió por el hecho de ser manifestaciones culturales excepcionales, cuya exhibición no buscaba representar la complejidad de la cultura "Shuar", sino más bien asombrar al público con un estereotipo de la otredad y el supuesto salvajismo de dichos grupos nativos. Si bien los museos contemporáneos han ido dejando de exhibir estas cabezas y restos humanos en general, el estereotipo de la "cabeza jíbara" como reflejo de preconcepciones de primitivismo de ciertos grupos indígenas, es algo que aún persiste en la cultura occidental.