Descubrir especies: una carrera contra el tiempo
Resulta alarmante constatar lo subvaloradas e irrelevantes que parecen ser para la opinión pública, las especies de organismos que conviven con nosotros, cuando ellas no representan un interés o beneficio directo. Para gran parte de las personas (la mayoría de quienes no son biólogos), el conocimiento de las especies, su diversidad y distribución constituye una simple curiosidad que se lee y se olvida, como algo sin importancia para el propio bienestar, que no logra estimular la necesaria reflexión para dimensionar el problema que representa su conservación.
La opinión pública tiene la percepción de que todas, o la gran mayoría de las especies son conocidas, y que el descubrimiento de especies nuevas es un evento raro, que se presenta ocasionalmente en los medios de comunicación, como un hecho anecdótico. Probablemente sea así para aves o mamíferos, dos de los grupos más carismáticos, y por ende, mejor conocidos, pero nada más alejado de la realidad para la mayor parte de los grupos de organismos, pues aún conocemos muy poco de ellos. Hasta ahora, se han descrito menos de 2 millones de especies de organismos (a los que se les ha asignado un nombre científico); sin embargo, las estimaciones más conservadoras dicen que este número representa apenas el 20% de las especies que realmente habitan en el planeta, quedando todo el resto en la oscuridad, a la espera de ser descubierto, descrito y bautizado (1). El problema frente a esto, es que ante el impacto que ejercemos sobre nuestro planeta, muchas especies podrían estar extinguiéndose ante nuestros ojos y nunca lo sabremos, pues una especie que no tiene nombre, es como si no existiera para nosotros (2).
Quizá uno de los factores que genera esta indiferencia pública, sea la sensación de que el resto de las especies no afectan nuestra vida diaria. El destino de las especies y sobre todo su extinción, debería importar simplemente por el hecho de que son el resultado de millones de años de evolución, y como tal presentan un valor intrínseco, al ser una prueba viviente de la historia de nuestro planeta.
Pero además, las especies son valiosas pues constituyen parte fundamental de los ecosistemas, los que como todo sistema, “funcionan” gracias a la coordinación existente entre sus partes (3). Las especies como unidades ecosistémicas, permiten la generación de una serie de servicios ecosistémicos de los que depende nuestra sociedad: producción de oxígeno, regulación de la cantidad y calidad de las aguas, polinización, generación de alimentos y otros recursos naturales, protección del suelo, control de plagas, etc. Cada vez que desaparece una especie, el ecosistema se va erosionando, poco a poco, hasta el punto en que la calidad y cantidad de los servicios ecosistémicos se ve afectada, o incluso su propia permanencia en el tiempo (4).
¿Qué ocurre entonces si ya no disponemos de los servicios que los ecosistemas y sus especies nos proveen? He aquí un efecto directo sobre nuestras vidas, que quizá no se manifieste en el corto plazo, pero que tarde o temprano nos afectará, al escasear ciertos productos o alimentos, el agua, o simplemente al requerir el desvío de importantes cantidades de recursos económicos que podríamos haber utilizado en nuestro propio beneficio, para dedicarlos a la restauración ecológica, a programas de conservación, o para suplir la falta de los servicios ecosistémicos en las comunidades locales que dependen directamente del ecosistema afectado.
Debido a esto, es importante que la opinión pública pueda dimensionar la complejidad de la situación actual, ahora que hemos entrado en una nueva época geológica (el “antropoceno”, 5), marcada por el impacto de las actividades del ser humano sobre el planeta y su biodiversidad, y definida por las altas tasas de extinción de especies, en lo que se considera la sexta crisis de extinciones masivas en la historia de nuestro planeta (6). Ante esta situación, si apenas conocemos un 20% de las especies, y gran parte de ellas son conocidas únicamente por las descripciones en las que se les dio nombre (es decir, se desconoce su biología, ecología, reproducción, distribución, etc.), las evaluaciones del estado de sus poblaciones y comunidades para tomar las medidas para su conservación serán infructuosas y más aun las que necesitaríamos para proteger a la gran mayoría de las especies que todavía no conocemos.
Estimaciones recientes indican que, al paso actual, serán necesarios varios siglos de trabajo ininterrumpido para describir todas las especies que falta descubrir y bautizar, en una carrera que difícilmente podremos ganar de no tomar medidas concretas para acelerar el paso (7). Los taxónomos, los biólogos especialistas que se encargan de describir las nuevas especies, son cada vez menos y muchos grupos taxonómicos ya se han quedado sin un especialista que los estudie. Muchos de los taxónomos activos tienen una avanzada edad, han jubilado o están cerca de hacerlo, con lo que pronto se perderá gran parte de la experticia necesaria para continuar la tarea. Por otro lado, pocos investigadores jóvenes se interesan en desarrollarse como taxónomos, ya que desde el inicio de su formación son adoctrinados, explícita o implícitamente, para considerar a la taxonomía como una ciencia poco relevante desde el punto de vista académico, ya que por sus características, esta disciplina tiende a tener escaso impacto bajo las métricas académicas actuales, no porque no sea relevante como ciencia, sino porque simplemente no suele ser citada con frecuencia en las publicaciones científicas. Sin embargo, al igual que en otras disciplinas científicas, las nuevas especies son hipótesis de la existencia de una entidad biológica independiente en la naturaleza, y como tal, pueden ser refinadas, apoyadas o rechazadas en el futuro, lo que constituye la esencia de todo trabajo científico (8).
Un escenario esperanzador se ha observado en la situación de países como Brasil o China, que en el pasado tomaron acciones concretas para el desarrollo de la taxonomía, y actualmente muestran una de las más altas productividades en la descripción de especies, liderando el actual resurgimiento del trabajo taxonómico, tal como se ve reflejado en publicaciones científicas especializadas, como Zootaxa (9). Por el contrario, nuestro país no ha seguido esta tendencia, a pesar de que existe una permanente necesidad de información taxonómica (10) y que tales problemas ya fueron diagnosticados durante el I Taller Nacional de Diversidad Biológica, que tuvo lugar en 1992 (11).
Los museos de historia natural siempre han jugado un rol crucial en la tarea de promover y desarrollar la taxonomía. Como instituciones, su trabajo se basa en tres pilares fundamentales: las colecciones biológicas, la investigación y la divulgación. Esto les ha permitido desarrollar su labor investigativa con cierta independencia de las formas tradicionales de evaluación académica, centrándose en la investigación básica que ha ido desapareciendo de otras instituciones, como universidades o centros de investigación aplicada.
En nuestro caso, el Museo Nacional de Historia Natural cuenta con taxónomos que están permanentemente descubriendo especies nuevas, pero este trabajo se realiza a una tasa muy baja, pues no es la principal prioridad entre las tareas diarias de los investigadores. Debido a esto, es frecuente que en las colecciones se conserven numerosas especies nuevas ya identificadas, pero que deben esperar a que los taxónomos dispongan del tiempo necesario para estudiarlas, describirlas y bautizarlas (7).
A riesgo de parecer autorreferente, en mi propio trabajo con crustáceos peracáridos, actualmente estoy describiendo una o dos especies/géneros de anfípodos por año, a pesar de contar con más de 30 especies nuevas en lista de espera. Esto se explica porque cada individuo estudiado requiere de un análisis microscópico detallado de todos sus apéndices y otras características corporales, alrededor de 35 ilustraciones en total. El proceso incluye la disección, montaje microscópico, microfotografiado, apilado y fusión de imágenes e ilustración digital a alta resolución, proceso que consume una gran cantidad de tiempo, previo al análisis y redacción del manuscrito.
Pero el tiempo necesario para describir una especie nueva no es el mismo para todos los grupos. Por ejemplo, mi colega Francisco Urra del Área de Entomología, muestra una productividad bastante más elevada en su grupo de estudio. Actualmente, Francisco está describiendo entre 5 y 11 especies/géneros de microlepidópteros por año, debido principalmente a que las descripciones de nuevas especies en este grupo se basan en estructuras específicas, como la venación alar y las estructuras genitales, que incluso pueden ser ilustradas directamente mediante pocas fotografías, reduciendo considerablemente los tiempos de estudio y descripción.
Como pueden ver, quedan muchas especies por descubrir, y somos cada vez menos los biólogos capacitados para hacerlo. Tal vez necesitamos mayor activismo, más divulgación, llegar de mejor manera al público, para mostrar la importancia de la labor del taxónomo y la urgencia de incentivar la formación de nuevos especialistas, particularmente en los grupos menos conocidos y menos estudiados. La colaboración de taxónomos amateur puede ser crucial en esta tarea, pues ellos son libres de dirigir sus esfuerzos a los grupos más abandonados, sin considerar exigencias o restricciones académicas (12). En este sentido, podría ser positivo el aprovechamiento que se está haciendo de los grupos que han surgido en redes sociales (por ejemplo el grupo de Facebook Insectos de Chile –OFICIAL), donde es posible la interacción del público y los especialistas. Este tipo de instancias permite incentivar la observación y la admiración de las especies, llevando a las personas al campo, para observar, fotografiar, colectar y, sobre todo, para que comiencen a cultivar su curiosidad por el mundo natural y preguntarse ¿Qué especie es esta? Ése es el primer paso.
Referencias
(1) Wilson, E. O., 2004. Taxonomy as fundamental discipline. Philosophical Transactions of the Royal Society of London, B, 359: 739.
https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC1693360/pdf/15253362.pdf
(2) Pimm, S. L. & P. Raven, 2000. Extinction by numbers. Nature, 403: 843-845.
(3) Giller, P. S. & G. O’Donovan, 2002. Biodiversity and ecosystem function: do species matter?. Proceedings of the Royal Irish Academy, 102b(3): 129-139.
http://faculty.tru.ca/lgosselin/biol302/biodiversity&ecosystem_function.pdf
(4) Dee, L. E., M. De Lara, C. Costello & S. D. Gaines, 2017. To what extent can ecosystem services motivate protecting biodiversity? Ecology Letters. doi: 10.1111/ele.12790.
https://onlinelibrary.wiley.com/doi/pdf/10.1111/ele.12790 (solo resumen)
(5) Steffen, W, J. Grinevald, P. Crutzen & J. Mcneill, 2011. The Anthropocene: conceptual and historical perspectives. Philosophical Transactions of the Royal Society, A, 369: 842-867.
(6) Dirzo, R. & P. H. Raven, 2003. Global state of biodiversity and loss. Annual Review of Environment and Resources, 28: 137-167.
https://dirzolab.stanford.edu/wpcontent/articles/A_2003/57_2003_AnnuRevEnvironResour.pdf
(7) Fontaine, F., A. Perrard & P. Bouchet, 2012. 21 years of shelf life between discovery and description of new species. Current Biology, 22(22): R943–R944.
(8) Haszprunar, G., 2011. Species delimitations – not ‘only descriptive’. Organism Diversity and Evolution, 11: 249-252.
(9) Tancoigne, E., C. Bole, A. Sigogneau & A. Dubois, 2011. Insights from Zootaxa on potential trends in zoological taxonomic activity. Frontiers in Zoology 8(5): 1-13.
https://frontiersinzoology.biomedcentral.com/track/pdf/10.1186/1742-9994-8-5
(10) Pérez-Schultheiss, J., 2013. Implementación del índice biótico AMBI en la evaluación ambiental de la acuicultura: una oportunidad para el desarrollo de la taxonomía en Chile. Boletín de Biodiversidad de Chile, 8: 1-4. https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/5524082.pdf
(11) Simonetti, J. A., M. T. K. Arroyo, A. Spotorno & E. Lozada, 1995. Diversidad Biológica de Chile. CONICYT, Santiago, Chile. 376 pp. http://www.conservacion.cl/wpcontent/uploads/2014/02/Indice-Diversidad-Biologica.pdf (solo indice)
(12) Hopkins, G. W. & R. P. Freckleton, 2002. Declines in the numbers of amateur and professional taxonomists: implications for conservation. Animal Conservation, 5: 245-249.
https://zslpublications.onlinelibrary.wiley.com/doi/pdf/10.1017/S1367943002002299 (solo resumen)