El edificio del Museo Nacional de Historia Natural, una historia de terremotos, cambios y transformaciones
Un día de invierno un poco antes de las 20 horas, Santiago estaba a oscuras y la gente ya cenaba en sus casas. Los perros ladraban más de lo usual y los caballos se notaban nerviosos. No duraría mucho la extrañeza ante tal suceso, ya que casi de inmediato comenzaría el suelo moverse de modo cada vez más intenso. Era el 16 de agosto de 1906, el día en que aconteció uno de los terremotos más devastadores que han azotado la zona central de Chile, cuyo epicentro estuvo en la región de Valparaíso. Este sismo dañó gravemente las fachadas norte y sur del edificio de nuestro museo, causando la demolición de varios muros. Estatuas, frisos y estuco cayeron hacia el interior y exterior del edificio, causando estragos a la exhibición y colecciones, obligando a cerrar el museo y a reconstruir toda la parte superior del edificio (figura 1).
Este evento es uno entre muchos que afectaron el devenir de la infraestructura física del museo. 144 años de historia tiene ya el inmueble que nos alberga en el parque de la Quinta Normal, el cual ha sido en todo aquel tiempo un lugar muy dinámico. En efecto, la arquitectura que hoy podemos apreciar es producto de una constante transformación, que le ha permitido adaptarse a los desastres naturales y a la necesidad de crecer en espacio de depósitos, oficinas y exhibición. En un comienzo, la planta del edificio era de menor tamaño y consistía en un primer piso que cubría todo el perímetro del edificio, así como lo conocemos hoy, además de un segundo piso que sólo incluía la fachada principal y el salón central, dándole una forma de T (figura 2). Originalmente diseñado por el arquitecto francés Paul Lathoud para la gran Exposición Internacional inaugurada en 1875 (figura 3), al año siguiente este edificio sería entregado a Rodulfo Philippi para trasladar el Museo Nacional, el cual antiguamente se encontraba en Santiago centro. Cuando Philipi recibió este edificio para el MNHN, éste no fue destinado completamente para el Museo Nacional. De hecho, el costado poniente del primer piso del edificio fue entregado a la escuela de agricultura y funcionaría como tal hasta la década de 1920. Sólo desde ese momento el museo llega a ocupar el edificio completo para sí. Son también de la época inaugural de 1875, las dos piletas circulares de agua que hasta el día de hoy enmarcan el frontis norte del edificio como parte de las obras que constituyen el parque, y que sirven de refresco a muchos visitantes.
Fuera del catastrófico terremoto de 1906 que mencionamos previamente, en el año 1927 un nuevo sismo afectó la malograda estructura del Museo, que no había sido totalmente reparada desde el evento previo. Estos nuevos daños dieron cuenta de la necesidad urgente de realizar una renovación mayor al recinto, lo cual coincidió con la llegada del arqueólogo Ricardo Latcham como nuevo director en 1928. Sería él quien haría las gestiones ante las autoridades para un ambicioso proyecto de remodelación completa del inmueble, el cual contemplaba además de la construcción de un segundo piso a lo largo de toda la extensión del museo.
Entre 1928 y 1929 todo comenzó muy bien con el proyecto y se logró finalizar la construcción de la actual Biblioteca Científica Abate Molina, las dependencias de taxidermia y una sala educativa que serviría para cursos y seminarios, además de lograr la instalación de alumbrado eléctrico en el edificio. El proyecto de remodelación del resto del inmueble ya contaba con sus planos y comprendía una reconstrucción casi completa del lugar, bajo un nuevo canon arquitectónico en donde se reemplazaría su antiguo estilo francés con un arco central y estatuas, por otro de carácter neoclásico que tendría dos grandes columnas de soporte en su frontis de acceso. Todo marchaba muy bien con la demolición de parte de la antigua estructura, para dar pie a los cambios arquitectónicos cuando un nuevo desastre acontece, pero esta vez no de causas naturales: la Gran Depresión de 1929. Su efecto económico en Chile fue enorme y esto no dejó indemne al proyecto de remodelación de nuestro museo. Por una parte, el MNHN estuvo cuatro años cerrado por las constantes paralizaciones de obras por falta de presupuesto, y por otra, el diseño original se simplificó mucho y sólo se pudo terminar el segundo piso en la parte oriente del edificio. En cuanto a la fachada, se había propuesto que el remate superior de las columnas tuviese un gran frontón triangular que hiciera juego con aquellos más pequeños de ambos costados (figura 4), pero por el recorte presupuestario, se modificó por un frontón rectangular más pequeño y carente de adornos, el cual es el que hoy vemos en la fachada (figura 5).
Otra de las consecuencias de la reducción de presupuesto por la crisis económica fue la preservación de la arquitectura original del salón central del museo, el cual es la única parte del edificio que se conserva del modo como se construyó en 1875. El proyecto de reconstrucción contemplaba rehacerlo de modo diferente, eliminando sus columnas y adornos de madera para ser reemplazadas por columnas de concreto similares a las que el día de hoy se aprecian en el salón de entrada del Museo. Más allá del juicio estético del cambio propuesto, lo relevante es que este imprevisto permitió conservar a la posteridad una sección arquitectónica que aún alberga el diseño original de Paul Lathoud.
La remodelación del edificio finalizó en el año 1932, quedando el sector oriente con dos pisos en toda su extensión, mientras que el sector poniente quedó sólo de un piso. Esta situación se mantendría así por muchos años, hasta que en la década de 1960, cuando asume como directora la connotada arqueóloga Grete Mostny, se le daría un nuevo impulso a la construcción para finalizar las obras pendientes desde la época de Latcham. Su gestión con las autoridades ministeriales permitió que se construyese el segundo piso de la parte poniente del edificio, completando la simetría del mismo al modo que lo conocemos hoy. Sin embargo, para dicha época el espacio disponible era insuficiente para albergar la exhibición, depósitos, oficinas y laboratorios de investigación. El quehacer científico exigía de nuevos lugares de trabajo y es así como progresivamente los dos pisos originales se fueron subdividiendo en entrepisos para dar cabida a las diversas áreas curatoriales y de investigación. Si bien hoy el museo se ve de dos niveles por fuera, en realidad tiene cuatro y en algunas partes hasta cinco plantas en su interior.
La historia no se detiene y el terremoto del 27 de febrero del año 2010 fue un nuevo golpe para la estructura del edificio, lo cual se sumó en daño a las heridas subyacentes del terremoto de 1985. Desde dicho terremoto de 2010 y en los últimos diez años el segundo piso del edificio ha estado cerrado al público. Sin embargo, como la historia es dinámica y nuestro museo es resiliente, esto es una situación temporal que esperamos más pronto que tarde pueda ser revertida y así sea nuevamente habilitado al público del mañana. De este modo, vemos que nuestro Museo ha tenido una larga historia de cambios y transformaciones en donde su arquitectura se ha ido adaptando a los distintos desafíos impuestos por desastres naturales, ampliación del uso del espacio y las vicisitudes económicas de cada época, siendo lo que vemos hoy, la suma de todos esos procesos (figura 6).