La lamentable desaparición del idioma Cunza
Ya que he estado reporteando la vida pastoril en el oasis atacameño de Guatín, quisiera referirme a una situación que me apena muchísimo: la pérdida del idioma Cunza. Esta lengua se hablaba hasta el siglo XIX en Atacama. La antropóloga Dra. Grete Mostny – que fuera investigadora y directora de este museo entre 1964 y 1982- en su célebre libro Peine, un pueblo atacameño (Publicación N° 4 del Instituto de Geografía, Universidad de Chile, 1954), dedicó un capítulo a este tema. Estuvo en mayo y diciembre de 1949 y enero 1950 en ese aislado lugar del desierto y conoció algunas personas mayores que aún tenían nociones de esta lengua. Textos completos en Cunza se usaban en algunos cantos ceremoniales como el “Convido a la semilla”, el “talatur”, el “floramiento del ganado” y la invitación al agua que se realizaba después de la limpia de canales.
Estos textos se recitaban de memoria y no quedaba nadie que comprendiera la totalidad de su significado. La doctora –como respetuosamente la llamaban por su doctorado en Antropología- grabó en una “grabadora de alambre” una conversación corta entre dos ancianos y varios de los cantos mencionados. Además, Grete Mostny fue informada de que en varios pueblos entre Calama y Tilomonte quedaban algunas personas que conocían el Cunza, aunque de forma más bien rudimentaria. Su conclusión fue que, para reconstruir la gramática, elemento indispensable para hablar el idioma, era necesario un estudio prolongado entre la gente que aún era capaz de hablarlo.
Grete era políglota, hablaba más de diez idiomas. Realizó un gran esfuerzo en Peine por reunir material que le permitiera deducir algunas nociones sobre la construcción gramatical de esta lengua. Así fue como logró recopilar 24 frases con su respectiva transcripción al español, las que dio a conocer en detalle en su libro, esto además de sus notables grabaciones. Sin embargo, el estudio prolongado que ella recomendó, hasta donde sé, nunca se hizo. Sólo se realizaron algunos registros parciales, pero el idioma terminó por perderse, ante la indiferencia del Estado, de los especialistas y de los propios atacameños.
En las cinco expediciones que emprendí al desierto de Atacama entre 1972 y 1974, consulté a los lugareños en numerosas ocasiones por personas que supieran algo de la lengua Cunza. Todos se encogieron de hombros, no conocían a nadie, pese a que habían transcurrido apenas 23 años desde la visita de la Dra. Mostny. Mi opinión es que aún hoy, transcurridos 67 años, deben quedar personas mayores que en su infancia escucharon a sus padres o abuelos hablar Cunza y que podrían recordar algo. Si se ofreciera una recompensa monetaria significativa es posible que muchos atacameños estuvieran dispuestos a refrescar su memoria, ¿vale la pena realizar un último esfuerzo?