Los usos no académicos de las momias egipcias
"No voy a hablar del ferrocarril egipcio, ya que es como cualquier otro ferrocarril. Me limitaré a decir que el combustible que utilizan para la locomotora se compone de momias de tres mil años, compradas a ese propósito a tanto la tonelada en los cementerios, y que a veces se escucha al maquinista profano exclamar con voz malhumorada: ¡Joder con estos plebeyos que no se queman y no valen un centavo; mejor pásame un noble...!"
Este pequeño relato, de autoría de Mark Twain, publicado en su libro Los inocentes en el extranjero (The innocents abroad, 1869), editado también bajo el título Un yanqui por Europa camino de Tierra Santa, sirvió para generar la creencia de que las momias egipcias eran efectivamente utilizadas como combustible en los trenes a vapor. Esta creencia fue tan extendida que incluso la revista Scientific American, en un número de 1859, publicó esta información como verídica y así también muchos medios de prensa. Sin embargo esto no se trató más que de una irónica humorada de Twain, que nada tenía de real.
Despejada esta confusión nos adentraremos a explorar cuales si fueron los usos no académicos que se les dieron a las momias egipcias, en especial en gran parte de la Europa medieval (siglos V al XV) y moderna (XV al XVIII).
El fortalecimiento de las rutas de comercio desde Europa al Lejano y Medio Oriente abrió al mundo europeo un sinfín de nuevos recursos e innovaciones. Algunas de las que más llamaban la atención eran milagrosas sustancias curativas, una de ellas era el betún persa llamado en su idioma "mummia". La mummia era un aceite derivado del alquitrán al que se le atribuían variadas propiedades curativas que incluían: "Corta hemorragias, cicatriza heridas, trata cataratas, sirve como linimento para la gota, cura el dolor de muelas y el catarro crónico, alivia la fatiga al respirar, corta la diarrea, corrige los desgarros musculares (...) endereza las pestañas que molestan al meterse dentro de los ojos". Sin embargo, surgió un pequeño mal entendido que terminó por convertirse en uno de los perores errores de la historia.
Los viajeros describían como mummia a los betunes y aceites que observaban sobre los cuerpos embalsamados del antiguo Egipto, lo que pronto derivaría a que se le llamara mummia (momia) al cuerpo en sí mismo. Esto fue la puerta de entrada para el comercio a gran escala del polvo de momia, que no era otra cosa que trozos de momias machacados y pulverizados que eran esnifados o ingeridos mezclados con miel, licores o sólo agua, e incluso eran directamente comidos los trozos del cadáver embalsamado. La alta aristocracia, comerciantes adinerados e incluso reyes como Francisco I de Francia (1494- 1547) llevaban siempre consigo una bolsita de polvo de momia, a cuyo consumo le atribuían diversos usos farmacéuticos para curar la diarrea, la artrosis, las lesiones de la poliomielitis, heridas o incluso recuperar la libido.
El consumo de polvo de momias fue tan popular que rápidamente se desarrolló un amplio comercio de momias desde Egipto a Europa, que dada la alta demanda derivó en un comercio de falsas momias. Es decir se embalsamaban con técnicas similares a las utilizadas en el antiguo Egipto, cadáveres frescos, generalmente de esclavos, que eran comercializados como momias originales.
Ya en el siglo XVI el médico galo Ambrosio Paré, considerado uno de los padres de la cirugía moderna, denunció como un fraude el polvo de momia y escribió:
"Un día, hablando con Gui de la Fontaine, médico célebre del rey de Navarra, y sabiendo que había viajado por Egipto y la Berbería, le rogué que me explicase lo que había aprendido sobre la momia y me dijo que, estando el año 1564 en la ciudad de Alejandría de Egipto, se había enterado que había un judío que traficaba en momias; fue a su casa y le suplicó que le enseñase los cuerpos momificados. De buena gana lo hizo y abrió un almacén donde había varios cuerpos colocados unos encima de otros. Le rogó que le dijese dónde había encontrado esos cuerpos y si se hallaban, como habían escrito los antiguos, en los sepulcros del país, pero el judío se burló de esta impostura; se echó a reír asegurándole y afirmando que no hacía ni cuatro años que aquellos cuerpos, que eran unos treinta o cuarenta, estaban en su poder, que los preparaba él mismo y que eran cuerpos de esclavos y otras personas. Le preguntó de qué nación eran y si habían muerto de una mala enfermedad, como lepra, viruela o peste, y el hombre respondió que no se preocupara de ello fuesen de la nación que fuesen y hubiesen muerto de cualquier muerte imaginable ni tampoco si eran viejos o jóvenes, varones o hembras, mientras los pudiese tener y no se les pudiese reconocer cuando los tenía embalsamados. También dijo que se maravillaba grandemente de ver cómo los cristianos apetecían tanto comer los cuerpos de los muertos."
A pesar de esto el polvo de momia siguió consumiéndose hasta entrado el siglo XVII, cuando otra moda se impuso, datos que revisaremos en una próxima nota.