Objetos y prácticas de hoy, con un pasado en el ayer
Pocas veces nos preguntamos cuántos de los objetos que usamos habitualmente hoy en día, son producto de la ¿modernidad?, o ¿tienen un origen precolombino? Ambas interrogantes son correctas, es decir, muchos de los productos tecnológicos como los computadores, los teléfonos, los hervidores eléctricos, los automóviles, los aviones, por mencionar algunos ejemplos, efectivamente corresponden a la modernidad.
Pero existe un importante y variado número de objetos que tienen su origen en la época precolombina. Un ejemplo son las agujas de coser, las cuales tienen como antecesoras a las espinas de cactus que formaron parte de los elementos utilizados en la fabricación de algunos textiles, cuya data se podría asociar alrededor del 900 y 1200 d. C., cuando aparecen las primeras evidencias de agujas de cactus en los sitios arqueológicos del Norte grande de nuestro país. Otro ejemplo son las peinetas y peines, cuyo equivalente en el pasado son los peines confeccionados con espinas de cactáceas. También están los gotarios o cuentagotas utilizados con frecuencia en fármacos y cuyos elementos parecidos han sido identificados recientemente como dosificadores que comienzan a aparecer durante el Periodo Medio y Periodo Intermedio Tardío (1000-1400 d. C.) en Chiu-Chiu y Chunchurí, en Calama. Por otra parte, existen numerosos objetos que son de nuestro diario vivir, los cuales han sido fabricados en diversas materialidades, presentando algunos de ellos una variedad de decoraciones, colores y formas. Nos referimos a los platos, jarros, botellas, ollas, tazas y tantos otros elementos que empleamos cotidianamente, todos con un origen precolombino que se inicia con la producción de cerámica, la cual evoluciona con el tiempo, tanto en los procesos de confección, técnicas y materialidades que conocemos en la actualidad. Lo mismo ocurre con los aros, collares, anillos, pinzas para depilarse y tantos otros, que si comenzamos a indagar, nos vamos a dar cuenta que nuestros antepasados ya los habían fabricado de modo rudimentario, pero con la misma funcionalidad que hoy conocemos.
Así también sucede con diversas prácticas que visualizamos a diario, especialmente en los jóvenes, como son los tatuajes, o bien la costumbre de perforar algunas partes de nuestro cuerpo para incorporarle elementos tales como aros, tembetá, piercings y expansores que son colocados en los lóbulos de las orejas, en la nariz o en la zona bucal, uso que se ha practicado otrora y cuya evidencia se encuentra registrada a partir de la Cultura El Molle (0-800 d.C.), por mencionar algunas. También está la práctica de arreglar nuestro cabello con diferentes tipos de trencitas, sin saber que dentro de lo común, muchas culturas precolombinas eran identificadas por sus elaborados peinados, siendo uno de los casos más conocidos el niño inka del Cerro El Plomo, que cuenta con alrededor de 200 trencitas en su cabello.
Esta nota tiene como principal propósito hacer un ejercicio de observación de nuestro diario vivir y ser capaces de identificar algunas prácticas y objetos que fabricamos, usamos y que muchas veces no asociamos con nuestro pasado precolombino. Por otra parte, esta invitación reflexiva a la observación directa o indirecta de nuestra cotidianeidad nos lleva a la valoración y reconocimiento de un pasado, de un patrimonio natural y cultural, que aún lo tenemos presente y que forma parte de nuestra identidad, cuya protección es responsabilidad de todos los habitantes de este largo y angosto territorio llamado Chile.