Un asombroso viaje de exploración científica, pero con un fatídico desenlace
En enero de 1934, gran parte del personal del museo se embarcó en una aventura excepcional. El filántropo de ascendencia inglesa, don Guillermo Macqueen Sutherland, había concedido los recursos para financiar una expedición de gran envergadura hacia Aysén, un territorio todavía casi nada explorado por la ciencia. Era una oportunidad magnífica para el Museo por la posibilidad de adquirir nuevas colecciones e incrementar el conocimiento científico del territorio, por lo cual su director Ricardo Latcham también fue parte de esta iniciativa, dirigiendo la expedición. Además de Latcham, viajaría el mismo Guillermo Macqueen. En cuanto a los investigadores estaban Francisco Fuentes, Jefe de la Sección de Botánica Fanerogámica; Marcial Espinosa, Jefe de la Sección de Botánica Cripitogámica; Humberto Fuenzalida, geólogo; Emilio Ureta, entomólogo y médico de la expedición; Anastasio Pirión, entomólogo; Benjamín Falipou, cinematografista y fotógrafo; Luis Moreira y Guillermo Vergara, taxidermistas; Roko Motjasic, artista pintor y Martín Serrano mayordomo del museo.
El viaje era todo un desafío y para ello debieron primero llegar a Puerto Montt, embarcándose luego en el vapor Colo-Colo hacia Puerto Aysén. Luego de un cálido recibimiento por el intendente don Arturo de la Cuadra, la comitiva del museo se propuso reconocer la hoya hidrográfica del río Aysén y sus afluentes. Para aquello debieron trasladarse a Coyhaique, en esa época el centro administrativo de una gran estancia ovejera y de ganado vacuno, lugar donde establecieron un campamento central. Gracias al favor de la administración, los expedicionarios pudieron alojar en las dependencias de la estancia y no tener que recurrir a las carpas ni exponerse a la lluvia. A partir de este punto se realizarían excursiones en diversas direcciones, de acuerdo a las condiciones climáticas. Algunas rutas se podían hacer en lancha, otras en automóvil, otras a caballo e incluso algunas solo se podían hacer a pie debido a lo complejo del terreno, la vegetación y la fauna local. En sus recorridos en busca de plantas acuáticas, por ejemplo, el botánico Marcial Espinosa sufrió por las “sanguijuelas” que se le adherían a su cuerpo y hacían molesto el andar.
Los primeros 15 días en los alrededores de Coyhaique fue posible reconocer sus contornos en un radio de 50 kilómetros, estudiando la botánica, la zoología, la geología y la entomología de la región. Esto permitió colectar numerosos ejemplares para el museo, mientras los taxidermistas preparaban las pieles de los animales y aves que debían trasladar a Santiago. Luego de aquello, la expedición decidió dividirse en grupos: Francisco Fuentes, Marcial Espinosa y Humberto Fuenzalida irían hacia el lago Buenos Aires; Emilio Ureta y Anastasio Pirión irián a colectar insectos a la cuesta de Caracoles; Ricardo Latcham, Guillermo McQueen, ambos taxidermistas y Roko Matjasic irían de caza al valle de Ñirehuau; finalmente Benjamín Falipou y Martín Serrano se quedarían en el campamento base como apoyo logístico.
Mientras Latcham y su grupo se preparaban a salir en excursión a Ñirehuau, la cual se había demorado algunos días por la falta de caballos adecuados, recibieron la noticia de una desgracia que cambiaría sus planes. Unas horas antes de partir divisaron a la distancia un jinete que se acercaba a gran velocidad al campamento. Este era Humberto Fuenzalida, quien traía la triste noticia del fallecimiento del botánico Francisco Fuentes el día anterior. Al intentar cruzar el río Blanco en camino al lago Buenos Aires, el caballo de Fuentes se tropezó y arrojó su cuerpo a las aguas del correntoso río. Si bien fue rápidamente rescatado por sus compañeros, la impresión de la caída y el miedo fueron más fuertes y le causaron un infarto fulminante. Francisco Fuentes pasaba a ser un mártir del museo, falleciendo en el cumplimiento de su deber científico para la institución. La travesía para transportar su cuerpo de regreso al puerto fue muy difícil debido a las condiciones del clima y del camino. Su colega, el doctor Emilio Ureta, estuvo encargado de hacer la autopsia, para posteriormente embarcar el cuerpo de Fuentes de regreso a Santiago.
Enrique Gigoux, quien había quedado de director interino en el museo, expresó un profundo pesar cuando se enteró de la noticia. En una carta a Ricardo Latcham, Gigoux le escribió: “recuerdo que al tiempo de subir al tren en estación para ese viaje, nos manifestó tener cierto desagrado por la sorpresa de un detalle de última hora que estimó “de mal agüero” para la expedición, y que él lo hubiese sabido temprano no habría ido. Eso parece fue como una disimulada predestinación. Supongo que los ánimos de Uds. no les permitirán seguir trabajando y que la vuelta se adelantará.” (Archivo histórico administrativo 49-015).
Sin embargo, a pesar del dolor por la pérdida de un colega y amigo, se decidió que en su memoria la expedición debía continuar. El viaje al lago Buenos Ares y a Ñirehuau se realizaron unos días después, completando la misión prevista. A fines de febrero se realizaron los últimos preparativos para el embalaje del material logístico y las colecciones colectadas, las que sumaban 29 cajones de ejemplares de todo tipo que debían viajar a Santiago. Después de un largo viaje de vuelta, los expedicionarios regresaron a la capital el día 6 de marzo en la mañana, después de pasar dos meses en terreno. La tragedia que los había afectado en el viaje había dejado una profunda huella en los viajeros, quienes uno meses después lamentarían otra muerte; esta vez sería del filántropo don Guillermo Macqueen, quien fallecería de modo repentino en Valparaíso en el mes de julio de 1934.
La investigación científica tenía sus riesgos y recompensas. Sin embargo, es relevante destacar el trabajo de quienes se esforzaron por incrementar el conocimiento de la historia natural del país a pesar de la tragedia y las dificultades económicas que afectaban el desarrollo de la disciplina. De este modo y en conjunto, lograron engrandecer el nombre del Museo Nacional de Historia Natural y asegurar su lugar dentro de la ciencia en Chile.
Referencias
Latcham, Ricardo E.
1935 Expedición científica Macqueen al Aysen. Boletín del Museo Nacional de Historia Natural 14:6-30