Una expedición MNHN a la costa de Purranque II
El cruce de la cordillera
A las 10 de la mañana del martes 19 de enero y luego de ordenar los equipajes y equipos, iniciamos el viaje que nos llevaría al sector de San Pedro, en la cordillera de la costa de la comuna de Purranque. Estábamos ansiosos de partir y ver con nuestros propios ojos la majestuosa Cordillera de la Costa. Esta zona es parte de una de las pocas áreas boscosas continuas de la región de Los Lagos (más de 146 mil hectáreas de selva), que se extiende desde la costa de Osorno hasta aproximadamente la altura de la localidad de Fresia.
Iniciamos el viaje por el sureste, a través de los campos agrícolas y ganaderos que rodean Huellusca, hasta alcanzar el tortuoso camino que sube a la cordillera. Inmediatamente notamos un cambio en la vegetación, que pasó de estar formada por bosques dispersos de robles (Nothofagus obliqua) y bosques de pantano dominados por mirtáceas en los sectores bajos, a la típica selva valdiviana, con alta diversidad de especies. Más adelante, a medida que subíamos en altitud, se producirían nuevos cambios en el paisaje, al alcanzar la zona de alerces y turberas, que cubren las cumbres de la cordillera a más de 800 metros sobre el nivel del mar.
Es característico de esta zona, la presencia de alerce (Fitzroya cupresoides) y otras coníferas, pero fue muy triste comprobar que gran parte de estos bosques fueron quemados en el pasado, quedando extensas zonas cubiertas por troncos muertos aún en pie, entre los que asoman pequeños renovales (Figura 1, letra A). También es posible encontrar los restos de lo que debieron ser enormes aserraderos, con desechos abandonados de alerce (Figura 1, letra E).
En general, esta zona presenta una baja diversidad de invertebrados "no insectos", debido a las condiciones climáticas adversas. Nuestros hallazgos más interesantes, corresponden a algunas especies de lombrices terrestres nativas de los géneros Yagansia y Chilota (Familia Acanthodriliidae), lo que nos pareció muy interesante, considerando que las lombrices más comunes que encontramos en campos y jardines corresponden a especies exóticas e invasoras de la familia Lumbricidae (Figura 1, letra H). Además, pudimos colectar al menos dos especies de isópodos terrestres nativos, pertenecientes a los géneros Pseudophiloscia (Figura 1, letra F) y Styloniscus (Figura 1, letra G), ambos parientes poco conocidos de los chanchitos de tierra exóticos, tan fáciles de encontrar en los jardines de nuestras ciudades.
Continuando nuestro viaje, completamos el cruce de las cumbres más altas, lo que se hizo evidente al reaparecer el paisaje de selva valdiviana en la vertiente occidental de la cordillera, con dominancia de Olivillo (Aextoxicon punctatus). De pronto, adivinamos la cercanía del mar, por la fresca brisa que soplaba desde el Oeste y el rítmico ruido de las olas, justo cuando tras una curva pronunciada aparece el gigante Pacifico: habíamos alcanzado el mirador de San Pedro, que presentaba ante nuestros ojos el océano y, hacia abajo, el río y la caleta San Pedro (Figura 1, letra D). Difícil fue la bajada desde los cerros, por un camino tortuoso y empinado, donde quedó demostrada la pericia de los conductores.
Al llegar, nos encontramos con un mundo aparte: un hermoso paisaje campestre, con unas pocas praderas junto a la ribera del río San Pedro, rodeadas de enormes cerros cubiertos por exuberante vegetación nativa. Una docena de casas se encontraban dispersas en este aislado paraje, la mayor parte de ellas al lado sur del río, obligándonos a cruzar en bote (Figura 1, letra C).
Apenas fue posible, luego de estacionar y descargar los equipajes, nos acercamos a conocer a los lugareños y recorrer la playa de la caleta, donde los pescadores acababan de descargar la pesca del día: enormes sierras (Tharsites atun), una de las cuales se transformaría en nuestra cena (Figura 1, letra B).
Finalmente, nos preparamos para cruzar a remo el río San Pedro e instalarnos en la escuelita del sector, ubicada en un punto estratégico, sobre un cerro que dominaba toda la bahía (al centro en la figura D). Llegar hasta allí fue toda una hazaña, con cajas, equipos y mochilas a cuestas, por un enmarañado senderillo que zigzagueaba apegado al cerro. Los seis estudiantes de la escuela se encontraban de vacaciones, por lo que disponíamos del acogedor lugar solo para nosotros. Allí podríamos descansar, comer algo y preparar el trabajo del día siguiente, donde haríamos un recorrido por un sendero cubierto de bosque, que bordea la costa hasta llegar a la localidad de San Carlos, algunos kilómetros más al norte, pero esto será tema de otra nota.
(Primera parte de la expedición: acá)
Continuará…